La mente es una especie de plastilina divina que se esculpe (o escupe) en la realidad, y aquello que pensamos, proyectamos o programamos tiende a materializarse.
El sitio Psychology Today tiene un interesante artículo que explora la forma en la que la psicología humana puede ser manipulada a través de actitudes para establecer comportamientos duraderos. El artículo sugiere que, consciente o inconscientemente, todos somos actores que nos transformamos en los papeles que representamos. Viene a colación una frase de Carlos Castaneda, refiriéndose a la descricpción que nos hacemos del mundo con el diálogo interno: “Nos hacemos miserables o nos hacemos felices a nosotros mismos. El trabajo que toma es el mismo”.
Psychology Today se refiere al biógrafo de Salvador Dalí, Ian Gibson, quien relata que, paradójicamente, cuando el pintor catalán estudiaba en Madrid era presa de una terrible timidez y un miedo a no ser aceptado. El tío del que sería el más extrovertido de los surrealistas le instruyó a que actuara de la manera más desinhibida, fingiendo ser temerario, representando un papel para cobrar confianza. Sobra decir que Dalí actuó quizás demasiado bien ese papel, llegando al delirio y a la megalomanía, pero indudablemente consiguiendo lo que buscaba.
Según el biógrafo de Da Vinci, Giorgio Vasari, cuando este pintaba la Mona Lisa empleó músicos y juglares para que ahuyentaran su melancolía, consciente de que su psique mimetizaba el ambiente, y esta actitud le provocó plasmar el enorme y enigmático placer de la sonrisa de la Mona Lisa, la cual tiene una divina cualidad animista, como si hubiera sido imbuida no solo de la modelo sino de lo que estaba viviendo Da Vinci hacia el lienzo (más allá de que esta historia se basa en una remota anécdota, ilustra cabalmente el discurso expuesto).
Podemos programar nuestras actitudes para convertirnos voluntariamente en algo que queremos —pero si no lo hacemos, de cualquier forma nos volvemos como aquello que vemos.
Observando los rostros, gestos y voces de otros inconscientemente mimetizamos sus reacciones. Sin darnos cuenta empezamos a sincronizar nuestros movimientos, posturas y tonos (¿quién no se ha sorprendido viajando a alguna ciudad o país, donde hablan el mismo idioma pero con otro acento, inadvertidamente copiando ese acento?)
El artículo también destaca una investigación conducida por la CIA con el fin de desarrollar técnicas para leer la expresión facial de las personas. Durante un experimento un investigador notó que al simular una serie de expresiones faciales había paralelamente una serie de reacciones emocionales, de tal manera que las expresiones faciales de enojo y angustia provocaban una caída en su estado de ánimo. Esto los llevó a monitorear las respuestas fisiológicas de hacer caras de enojo y tristeza, midiendo la presión sanguínea, la temperatura corporal y el ritmo cardiaco, descubriendo que “fingir sentir” provocaba la misma emoción que sentir. En un estudio subsecuente pidieron a personas que recordaran las experiencias más tristes de sus vidas y a otro grupo que simplemente hicieran los gestos representativos de la tristeza: de manera sobresaliente, el segundo grupo mostró también las mismos afectaciones fisiológicas.
Sí, es muy probable que si finges sentirte bien, si te fuerzas a reír, si piensas en parajes tranquilos y luminosos o en personas queridas, te sentirás bien —te sentirás como lo
que simulas—, pero, acaso, esto también revela que, si fingir se convierte en realidad, el mundo es una ilusión.
Vía Pijama Surf
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