Han pasado 12 años desde aquel trágico 11 de septiembre de 2001, cuando un supuesto grupo terrorista , según la versión oficial, destruyó las torres gemelas y atacó al Pentágono.
Preocupados por el tren de vida cotidiano, y más aún hoy, haciendo frente a la crisis para poder alimentar a nuestras familias, a veces solemos olvidar lo que eso significó no sólo para Estados Unidos, sino para el resto del mundo.
¿Recuerdan cuando al viajar, no era necesario desnudarse y pasar por todos los controles que hoy son rutinarios en un aeropuerto? ¿Recuerdan cuando no existían tantos prejuicios hacia los musulmanes? ¿Recuerdan cuando les parecía seguro enviar a su hijos al colegio? ¿Cuando los derechos humanos todavía se respetaban? ¿Qué pasó desde ese entonces? ¿Por qué la sociedad vive atrapada por el miedo, y sigue escondiéndose detrás del televisor, la comida chatarra y la negación de los hechos?
Cada vez más y más gente está al tanto de que el ataque “terrorista” del 11-S fue orquestado por líderes psicópatas y no por unos muñecos kamikazes. Se le ha comparado con el atentado a Pearl Harbor, que también fue planeado y ejecutado por el gobierno de Estados Unidos. Más y más latinos saben hoy en día que las dictaduras en América Latina no fueron el producto aislado de unos locos tiranos, sino que esos últimos fueron entrenados y apoyados por Estados Unidos, que bien explotó la situación y el choque emocional de esos tiempos.
Se sabe también que la guerra en Irak se basó en una mentira, y causó la muerte de alrededor de un millón de civiles inocentes (adultos y niños), a quienes nuestros líderes suelen referirse como “daño colateral”. A veces nos preguntamos si aquellos que aceptan este término sin chistar permanecerían tan inmóviles si el daño colateral fuese su propia familia algún día. Sus seres más queridos reducidos a una “cosa”, y ni siquiera una “cosa esencial”, sino secundaria.
Si bien la autora pareciera estar convencida de que detrás del 11-S estuvieron realmente 19 terroristas musulmanes (lo que nuestra investigación y la de muchos otros contradice), su análisis sobre por qué la humanidad no parece aprender de la historia nos parece muy acertado, y hoy más que nunca.
Para demostrar su hipótesis, la Dra. Stout aporta el ejemplo del McCartismo, Pearl Harbor y la Guerra Fría, entre otros.
Analiza lo que denomina “guerra límbica” (término que hace referencia al sistema nervioso límbico, asociado con las emociones y la memoria). Frente a un suceso traumático (ya sea en nuestra vida personal o bien tras un ataque “terrorista”), nuestro cerebro sufre una suerte de cortocircuito. En lugar de poder organizar lo sucedido, recordar las circunstancias del momento y agregarlo a nuestra “biografía”, las emociones que surgieron en ese instante no son catalogadas de la misma manera. Por consiguiente, años más tarde quizás reaccionemos automáticamente a un olor, sonido, lugar, o persona que nuestro subconsciente asocia al evento traumático, pero sin que podamos recordarlo completamente, o sin que seamos siquiera conscientes de que estamos reaccionando. Cuando ese miedo vuelve a surgir una y otra vez, y actuamos basados en éste, es como si tuviéramos un botón para encender y apagar la luz, pero al pulsarlo encendiéramos la paranoia. El miedo a un enemigo externo, sea o no éste el culpable del trauma, fomenta ese ciclo de paranoia, y es un arma muy potente para aquellos líderes que no tienen nuestros mejores intereses en mente.
Bien, ¿qué tiene esto que ver con el 11-S, y con la posible guerra en Siria?
El 11-S fue el pretexto de Bush hijo para emprender una nueva y “falsa” guerra imperial contra “el eje del mal”, expresión utilizada por el entonces presidente de los EE.UU. para describir a los regímenes que “supuestamente” apoyan el terrorismo. Primero fueron Afganistán, Irak y Libia, metiendo también en la bolsa del “enemigo” a Irán y muchos otros. Nada ha cambiado desde el odio a Vietnam, Japón, Rusia y Corea del Norte. Siria es el país que más recientemente se ha añadido a esta lista infame.
A 12 años del 11-S, la historia se repite ante esta inminente guerra contra Bashar al Asad por haber atacado, “supuestamente”, con gases neurotóxicos a la población de un suburbio de Damasco. Cambien “Asad” por “Hussein” y “gases neurotóxicos” por “armas de destrucción masiva” y tienen la misma historia del 2003 en versión 2013.
A 12 años del 11-S, las calles de Europa y Estados Unidos vuelven a inundarse con pancartas de “No a la guerra”, mandando un mensaje claro a nuestros líderes de que el mundo NO quiere más guerras. La historia se repite.
¿Consiguió algo la humanidad manifestándose masivamente contra la guerra de Irak? ¿Lo conseguirá ahora? Creemos que no es suficiente que cientos de personas se manifiesten contra nuestros líderes psicópatas, mientras que miles y miles de personas agachan la cabeza o miran hacia otro lado, traumatizadas por este mundo horrible en el que vivimos. El problema es que la campaña bélica no es más que una distracción para evitar que la gente con conciencia moral se preocupe ante el verdadero peligro: el cambio climático (y no hablamos aquí de las mentiras del calentamiento global). Cada vez más “señales de los tiempos” indican que se aproxima una era de hielo, y un evento cataclísmico jamás presenciado por las generaciones hoy con vida, pero cíclico y registrado en el pasado. Estamos ignorándolo porque los títeres patocráticos nos mantienen distraídos con el circo de la guerra.
Cuando uno mira las noticias mundiales, parece como si existiera un flujo constante de acontecimientos importantes saltando regularmente, como si se tratara de un show orquestado para mantenernos enfocados en una cosa, luego otra y otra, sucesivamente. Esto no sólo desvía nuestra atención de otras cuestiones que están ocurriendo simultáneamente, sino que, al parecer, nos hace olvidar rápidamente lo que sucedió en un período alarmantemente breve. A esto se suma que esos acontecimientos suelen ser traumatizantes debido a la miseria que traen consigo, el dolor y el sufrimiento de miles de personas, sin darnos tiempo para procesarlo todo adecuadamente.
Una población traumatizada es una población pasiva y nuestros líderes lo saben.
El 11-S fue indudablemente un suceso extremadamente traumático para muchísima gente. No sólo fue atemorizante en sí, sino que además despertó antiguos miedos instintivos que muchos llevamos dentro: el miedo a morir en un incendio, a las alturas, al encierro, a locos kamikazes, etc. Luego la propaganda mediática se encargó del resto, y de mantener el miedo, despertándolo en cuotas regulares. Para quienes cometen crímenes de guerra (y este término es ridículo en sí, como bien dijo Timothy Trepanier en su artículo más reciente: “no existe nada semejante a un crimen de guerra. La guerra misma es un crimen, punto.”), es necesario crear un enemigo perpetuo, a fin de mantener a la población sumisa. Detrás de cada atentado o amenaza terrorista subsiguiente al 11-S, encontramos pruebas de mentiras, manipulación, y un sufrimiento enorme infligido en ciudadanos inocentes. Siria es simplemente el último ejemplo.
Martha Stout divide la guerra límbica en seis etapas, de la siguiente manera:
Estas etapas no tienen un principio y un fin bien definidos, sino que convergen, de manera casi imperceptible. La primera fase siempre implica un evento traumático, por lo general una guerra o un ataque. Las cinco siguientes son básicamente reacciones al miedo impuesto en la mente de la gente tras la tragedia inicial. No sólo en Estados Unidos, sino también en todas las naciones y a lo largo de toda la historia, la seis etapas que describo a continuación se superponen a la guerra límbica.1. Trauma grupalUna guerra límbica surge tras alguna forma de catástrofe nacional. Más comúnmente, se trata de una guerra o de un ataque único, abrupto y lo suficientemente brutal como para generar miedo a lo largo de una nación. El desastre bien podría ser natural (como un terremoto, o una erupción volcánica), pero los desastres naturales no se prestan tanto a iniciar el proceso, ya que la paranoia no suele ser tan fuertemente inducida tras “actos de Dios” como lo es tras sucesos traumáticos perpetrados por seres humanos como nosotros. Dado que los recuerdos traumáticos permanecen en el cerebro como trozos incoherentes de imágenes y sensaciones que, juntos, constituyen un desencadenante neurológico – el botón de la paranoia – la nación que ha vivido un trauma es peligrosamente susceptible a insinuaciones de una amenaza continua, ya sea que se trate de la verdad, o se la haya imaginado o fabricado.
Ya podemos ver hasta qué punto el mundo se volvió paranoico tras el 11-S, y el terrorismo se convirtió en una realidad para muchos, sin que por lo tanto existieran pruebas de que ese era verdaderamente el problema. ¿Quién se ha beneficiado hasta ahora de la Guerra contra el Terror? Nosotros seguro que no, pero los líderes lo están pasando muy bien, ¿eh?
2. El/Los instigador/es del miedoEn la segunda etapa, una persona o un grupo explotan el miedo del público para fomentar sus planes personales. Sus motivaciones pueden diferir bastante. [...] por lo general, existe un plan más definido, y las principales fuentes de motivación son, de lejos, la ambición y las ansias de poder.Por lo general, sin importar cuál sea su ideología política o su lugar inicial en la sociedad, podemos describir a esos individuos como autoritarios, en el sentido común de la palabra: “alguien que fomenta la sumisión ciega a una autoridad” [...].·Los instigadores autoritarios del miedo nos recuerdan, con frecuencia y en forma dramática, el alto grado de peligro en el que nos hallamos, ya sea que la amenaza restante sea importante, o incluso real. Esta técnica le funciona muy bien a los autoritarios sedientos de poder. Cuando se pulsa un botón de paranoia una y otra vez, la población vuelve a sufrir un trauma – el terror los acecha repetidamente – y la gente que siente mucho miedo tiende a sentirse atraída hacia una personalidad autoritaria, a alguien que insiste en tomar todas las decisiones en su nombre, que proclama a los cuatro vientos que los protegerá, y que nunca admite sus errores. [...] La segunda etapa es la más importante. Si los líderes dispuestos a pulsar el botón de la paranoia fueran rechazados por el pueblo, nunca ocurriría una guerra límbica, y se podrían evitar las siguientes etapas (3 a la 6). Si el público acepta a los instigadores del miedo, el proceso continúa. [...]
Seguramente el lector pueda recordar varios ejemplos de instigadores del miedo en sus países respectivos. ¿Les suena conocido? ¿Podríamos decir que se trata de una etapa universal, y de líderes muy similares, sin importar su grupo étnico, su historia, y la tragedia que estén explotando en cada época? Cabe señalar aquí que un instigador de miedo no necesariamente es un líder temerario, de esos a quienes tan sólo la cara revela. Pueden ser extremadamente carismáticos, como Obama. Los psicópatas que más éxito tienen son aquellos que logran seducir a la gente, obtener puestos de poder, y no realizar actos ilegales o antisociales evidentes (aunque hoy en día, los patócratas parecen tener cada vez menos miedo del descubierto. Su arrogancia extrema les hace creer que son invencibles. Bueno, lo son, hasta que hagamos algo al respecto.)
Y aquí yace nuestra mayor vulnerabilidad. No hemos aprendido a decirle NO a los psicópatas. La mayoría de la población aún alberga esperanzas de que, en el fondo, todos seamos “iguales”, y de que sea posible razonar con individuos tan patológicos. Vivimos atrapados en el miedo, sin darnos cuenta de que, cual un marido que golpea a su mujer, la patocracia es quien fomenta el miedo y después nos convence de que está aquí para protegernos. Por eso nos cuesta tanto divorciarnos de ella.
Gran parte del por qué las personas tienden a aceptar a estos instigadores del miedo se debe a que normalmente tendemos a proyectar nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos en los demás. La mayoría de las personas que poseen una conciencia moral, o al menos el ‘cimiento’ de la misma, tienden a pensar que los demás también son empáticos, y que por lo tanto sienten vergüenza, pudor, culpa, al realizar actos moralmente inaceptables, o incluso al imaginarse a sí mismos cometiéndolos. Nos es muy difícil, sino casi imposible en la mayoría de los casos, imaginar que existen individuos que no sienten nada de esto y que, al parecer, están cableados (es decir diseñados) para funcionar, en palabras simples y llanas, como depredadores que imitan la expresión de nuestras emociones, usando una máscara de la cordura que les permite camuflarse entre nosotros como personas normales, cuando en realidad son muy diferentes. Esta capacidad para camuflarse, apoyada por nuestra tendencia a proyectar nuestra percepción del mundo en los demás y nuestros sesgos cognitivos, hacen que seamos siempre vulnerables a estos instigadores del miedo, a no ser que tomemos consciencia de la situación y que actuemos en consecuencia, aprendiendo a fortalecer nuestra mente, como si se tratara de una profilaxis contra una enfermedad contagiosa.
3. El chivo expiatorioEl líder instigador del miedo es capaz de aumentar la ansiedad y la paranoia de la población al sostener que otro grupo u otra raza se merece ser culpable por la crisis. Tal líder quizás esté convencido de la responsabilidad del grupo que se ha identificado, o tal vez sea sólo oportunista. Sin importar cuál sea la motivación, establecer con éxito la existencia de un chivo expiatorio retarda el proceso social de sanación, que avanza a paso de gusano.En sus orígenes, los conflictos violentos y las guerras no son tanto el producto del odio de muchos, como del poder y la influencia de unos pocos. Eso no significa que no sintamos odio, pero podríamos superarlos más fácilmente, y vaciarnos de gran parte de su veneno, si no estuviéramos bajo la influencia de unos pocos que se sirve del odio como herramienta.Este aspecto de la guerra límbica abarca una deformación interesante de la realidad: en muchos casos, el grupo externo que el líder ha designado como ofensor sólo se relaciona de manera tangencial, o simbólica (o no se relaciona en absoluto) con el desastre que provocó un trauma en la nación durante la primera etapa. [...] Poco después de Pearl Harbor, informes de alta credibilidad indicaron que no existía nada semejante a una “quinta columna” japonesa-estadounidense. Tras la Segunda Guerra Mundial, no existió una gran conspiración comunista en Washington, en nuestra comunidad académica, ni en Hollywood. [...]En esta tercera etapa, el foco del líder, que yace en rebelarse en contra del chivo expiatorio, puede aportar confusión al tema a tal punto que el grupo no estará bien preparado para defenderse adecuadamente de la verdadera amenaza.
¿Dónde estaban las armas de destrucción masiva? ¿Dónde los terroristas poderosos escondidos en cuevas? ¿Dónde el verdadero peligro? ¿Por qué se diaboliza a ciertos grupos musulmanes, cuando el poder sionista posee armas extremadamente peligrosas (químicas, por cierto) y las utiliza despiadadamente en el pueblo de Palestina? ¿Cuándo el mismísimo Estados Unidos empleó armas químicas como el agente naranja en Vietnam?
Qué tan rápido se ha olvidado como en el año 2004 los militares estadounidenses usaron toneladas de fósforo blanco en el barrio iraquí de Fallujah, asesinando de la forma más horrible imaginable a cientos de civiles iraquíes. Así lo hizo Israel en Gaza en el año 2009. El fósforo blanco es un arma química que provoca lesiones por quemaduras extremadamente dolorosas y profundas, y penetra el organismo una vez que las partículas se incrustan debajo de la piel. Partículas incandescentes de fósforo blanco pueden producir quemaduras extensas, ya que continúan quemándose mientras haya oxígeno atmosférico presente. Las armas que contienen fósforo blanco son particularmente desagradables porque siguen ardiendo hasta desaparecer, a menudo carcomiendo a las víctimas hasta sus huesos.
Crear enemigos que atemoricen a las personas es fundamental para mantenernos sumisos ante una autoridad que promete protegernos, obviando las señales claras de que esta autoridad no aboga por nuestros intereses más humanos. Lo importante aquí para los instigadores de miedo es crear una narración, semejante a un cuento infantil, en la que existen villanos terroríficos y héroes carismáticos que aparecen para salvar el mundo. Las palabras empleadas en cualquier discurso son importantes para determinar el efecto de la historia contada en los que la leen, escuchan o viven directamente, pues el marco conceptual creado por esas palabras es el que determina en gran medida la manera en que el público percibirá la realidad. En este sentido, volvemos a destacar términos como “terroristas” y “terrorismo”, que sistemáticamente son asociadas con ciertos grupos (gracias a los medios masivos de comunicación) a quienes los detentores del poder buscan convertir en los nuevos villanos. Así se genera una suerte de realidad virtual, forjada en la conciencia de la gente y dificultando cada vez más la tarea de despertar de tal pesadilla globalizada.
4. La regresión culturalCuando se tiene una idea clara de a quién echar la culpa, las ansias primitivas de venganza puede cristalizarse alrededor de ese blanco. Y, una vez que se la murmura apenas, la idea de una venganza legítima es un pensamiento difícil de erradicar en el ser humano. Con toda la energía que el miedo extremo puede generar, se persigue, encierra o ataca al enemigo designado. Y la sensación gratificante de que se ha tomado revancha dura bastante tiempo.Por lo general, fomentar un ambiente de “nosotros contra ellos” desata una ola gigante de patriotismo a través de una nación traumada. El nuevo énfasis, inspirado en el miedo, de la fidelidad nacional le permite al líder autoritario dividir la población psicológicamente en dos grupos: los “patriotas”, que apoyan a la autoridad y sus planes, y los “no patriotas” – los traidores, los miembros conspiradores, los subversivos, los cobardes – que se niegan a hacerlo. Esta división silencia toda idea alternativa y dificulta el acceso a la verdadera información. La paranoia mantiene las protestas en su grado más bajo.Se amenazan los derechos civiles. Los emprendimientos humanitarios se ven bloqueados. [...] Ahora protegida, la intolerancia sale de su escondite. La guerra límbica, y la manipulación de la gente en manos de sus propios líderes, están en su apogeo.
Y vemos cómo hoy se utiliza el término “disidente” contra quienquiera se oponga a los dictados de la patocracia. Las prisiones como Guantánamo y Abu Ghraib, ¿acaso no son lechos de tortura para algunos “sospechosos”, juzgados cruelmente sin pruebas de sus actos? ¿Dónde han ido a parar los derechos humanos?
5. Entendimiento y contragolpeArthur Miller, autor dramaturgo durante la época de McCarthy y acusado de ser subversivo, escribió: “Pocos de nosotros podemos abandonar la creencia de que la sociedad debe, de alguna u otra manera, tener sentido. Tan sólo pensar que el Estado ha perdido la cabeza y está castigando a tanta gente inocente es intolerable. Por lo tanto, se deben negar internamente las pruebas.”Afortunadamente, no es posible negar las pruebas eternamente. Las guerras límbicas llegan a su fin, y sus instigadores acaban expuestos. En esta etapa comienzan las protestas, pequeñas y tímidas al comienzo, pero cada vez más numerosas y directas a medida que pasa el tiempo. En algunos casos, es más fácil para la sociedad rebelarse contra una pequeña pista falsa que contra el problema mayor. [Por ejemplo, la gente se opuso a McCarthy por un rumor sobre su homosexualidad, y no por el trato que impuso a tantos inocentes acusados de ser "comunistas"]. [...] Sin importar que sea de naturaleza tangencial, cuando se abre una brecha en la represa, pronto se desata una inundación general de frustración grupal y de rabia, y el guerrero límbico se ve obligado a “nadar” por salvar su vida política. Nunca volverá a obtener el control absoluto sobre las emociones de un país, y la sociedad tenderá a juzgarlo severamente.
Quizás aquí esté uno de los problema en este ciclo del que la humanidad nunca aprende. En lugar de buscar un detalle por el cual culpar al líder, ¿qué tal si tomásemos consciencia de la presencia de psicópatas en el poder? ¡Obama, el premio Nobel de la Paz, está promoviendo una guerra sin fundamento! Algo anda muy mal en nuestra psique si no vemos esta gigantesca contradicción.
6. Arrepentimiento y olvido:A medida que el miedo que el trauma había generado comienza a reducirse, nos es difícil recordar por qué permitimos que se nos engañara fácilmente para que adoptásemos el plan autoritario. Muchos de nosotros acabamos en un estado de disonancia y culpa, y esta condición incómoda promueve el olvido, un regreso al estado inicial de negación que Arthur Miller mencionó. Por ende, una experiencia que podría habernos inoculado contra problemas futuros, acaba siendo relegada al olvido.
En otras palabras, es fácil olvidar nuestra propia responsabilidad, porque duele admitir que fuimos ciegos, que preferimos la comodidad de una mentira. Pero está en nosotros NO olvidar. Por una vez en la historia de la humanidad, podríamos al menos intentarlo.
Algo que hemos olvidado, porque el botón de la paranoia facilita que lo hagamos, es que, en realidad, las tácticas de manipulación no cambian. Es la manera en que se ha descrito siempre al enemigo. Cicero creó su propio 11-S con la propaganda de la conspiración catalinia. Para dar un ejemplo, a continuación compartimos titulares de periódicos, de artículos publicados en 2001, y muy recientemente:
A 12 años del 11-S el mundo no ha cambiado, seguimos en este círculo vicioso de guerra y terror. Y la humanidad no podrá salir de él hasta que no comprenda de qué forma está siendo sometida y acallada. En definitiva, hasta que no entienda quiénes son los verdaderos enemigos: los psicópatas en el poder.
Tal y como lo expresó Andrzej Lobaczewski en su obra La ponerología política:
Comprender la naturaleza de los fenómenos patológicos macrosociales nos permite adoptar una actitud y una perspectiva saludable al abordarlos, lo cual, a su vez, nos ayudará a erguir una protección mental contra el envenenamiento potencial de sus contenidos enfermizos y de la influencia de su propaganda. La incesante contra-propaganda emitida por algunos países caracterizados por un sistema humano normal podría fácilmente ser reemplazada por información científica directa y vulgarizada acerca del tema. El punto esencial es que sólo podemos conquistar este enorme cáncer social contagioso si comprendemos su esencia y sus causas etiológicas . Eso eliminaría el misterio del fenómeno, el cual constituye la principal causa de su supervivencia. ¡Ignoti nulla curatio morbi! (“No intente curar lo que no conoce.”)Comprender así los fenómenos que resalta este estudio nos conduce a la conclusión lógica de que las medidas para sanar y reordenar el mundo deben ser completamente diferentes de aquellas utilizadas hasta la fecha para resolver los conflictos internacionales. Las soluciones a dichos conflictos deben funcionar más bien como los antibióticos modernos, o, mejor aún, como la psicoterapia apropiadamente aplicada, en vez de optar por las armas de otros tiempos como los garrotes o las espadas, o incluso los tanques o los misiles nucleares.El objetivo debe ser reparar los problemas sociales; no destruir la sociedad. Podríamos trazar una analogía entre el método terapéutico arcaico de la sangría. en oposición a los tratamientos modernos que fortalecen al enfermo a fin de poder efectuar la cura correspondiente.Con respecto a los fenómenos de naturaleza ponerogénica, el simple hecho de poseer el conocimiento apropiado puede comenzar a sanar a cada ser humano y ayudar a que su mente recobre el equilibrio.