Dicen que la historia la escriben los vencedores (aunque quizás sería más preciso decir que los vencedores reescriben la historia a beneficio). Esto ha llevado a que Carpocrates sea una figura oscura que difícilmente aparece en los libros de historia, pero, si su pensamiento y movimiento hubieran vencido, el mundo sería muy distinto, seguramente más placentero.
Carpocrates era el líder de una comunidad cristiana en las islas griegas en el siglo II, cuando los fundamentos de la doctrina cristiana no habían sido bien establecidos. En ese entonces había una enorme cantidad de formas de entender el cristianismo –sólo agrupadas por la figura de Jesús y la creencia de que era, básicamente, un gran tipo. En estas condiciones surgió Carpocrates, un líder carismático que atrajo una serie de seguidores y fundó su propia rama del cristianismo. Las ideas de Carpocrates eran bastante liberales, por decir lo menos. Para Carpocrates, Jesús era un ser humano como nosotros, pero cuya brillantez visionaria lo habían puesto en contacto con Dios. El hecho de que Jesús no fuera Dios, no le quitaba valor a los ojos de Carpocrates, lo hacía un modelo a seguir. Y en esta concepción Jesús no había nacido de una virgen, sino a través del sexo.
Carpocrates creía en la reencarnación y consideraba que la represión moral del cristianismo casto iba en contra de la libertad del ciclo de la reencarnación. Para no volver a nacer era necesario experimentar en plenitud las pasiones de la vida y los placeres sensuales.
Al mismo tiempo, Carpocrates, que aún hoy podría ser considerado revolucionario, creía que las diferencias entre clases sociales y la desigualdad económica era una perversión antinatural. Hace 1800 años este precoz cristiano promulgó la abolición de la propiedad privada. Y no sólo esto, además de que la posesión material debía de ser colectiva también las parejas sexuales eran colectivas. Una mujer o un hombre no era de alguien solamente, eran parte de una comunidad de actividad erótica. Esto hizo que los seguidores del buen Carpo organizaran orgías de manera regular como parte de su práctica espiritual.
¿Qué habría sucedido si el cristianismo hubiera abrazado la doctrina de Carpocrates y no la de moralistas apretados como San Pablo San Agustín? Daniel Bolelly, autor de un nuevo libro publicado por Disinfo sobre los secretos de la religión, dice que una cosa es segura: el promedio de asistencia a la iglesia sería mayor (especialmemente los días de orgía)
Más allá de este curioso episodio histórico, donde el crsitianismo coqueteó con el éxtasis de la carne de maner desinhibida, podemos trazar, en ese momento o en otro, un parteaguas importante en nuestra historia: cuando se alejó al sexo de lo sagrado. La civilización occidental es inconcebible sin el pensamiento cristiano y sin la profunda influencia que éste ha marcado en nuestra conducta y nuestra psique. Una de las más grandes (y nocivas) herencias del cristianismo fue ubicar al diablo en el cuerpo, sancionar su exploración, hacerlo terreno pecaminoso y dividirlo de la sutileza superior del alma, aquella que conduce a la bestia. Esta división aún pesa, casi asfixia nuestra forma de ver y experimentar el mundo, en los más diversos ámbitos: desde las personas que crecen pensando que el sexo es “malo” hasta a nuestros más “sofisticados” científicos racionalistas que consideran que la mente está limitada al cerebro y no afecta al cuerpo.
Desligar a la religión, aquello que busca ligar con lo sagrado, del cuerpo: lo más íntimo que tiene el hombre y el vehículo, a través de los sentidos, que lleva al éxtasis (lo más cercano que tenemos a lo sagrado), parece una gigantesca contradicción. ¿Si la religión busca conectarnos con Dios, entonces por qué desconectarnos de nosotros mismos? ¿Acaso no dijo Jesús, según los Evangelios, que el Reino de Dios está dentro de ti? Y si Dios está dentro de nosotros, de que otra forma lo podríamos encontrar si no es a través del cuerpo? El cuerpo es también el enigma (“la fulguración de la presencia en lo visible”, Lezama Lima). Y el sexo es la forma en la que se penetra en el misterio, en el fulgor. Más que pensar que el cristianismo se equivocó al cerrar con llave la puerta del erotismo espiritual, es probable que se haya resrevado ese sendero como intercesor entre el “Reino de Dios” y el hombre. Es decir, a la Iglesia lo que le interesa es el poder en este mundo y no en el hipotético otro.